Arriesguemos opinión. Como en toda generalización, el boicot a los productos catalanes es injusto por arbitrario, no por ser boicot. El boicot como herramienta de presión social para mitigar o acabar con una situación injusta particular es tan lícito como la huelga. La huelga se inventó para presionar a los patrones con el fin de conseguir mejoras salariales. Es evidente que la huelga se ideó para hacer daño al explotador reduciendo sus ganancias. A nadie en su sano juicio hoy día se le ocurriría considerar tal práctica como odiosa, tan es así que hay un “Derecho de huelga” amparado por las leyes.
El boicot persigue parecidos fines con métodos idénticos. “Ya que me perjudicas –diría el boicoteador- dejaré de consumir tus productos para reducir tus ganancias y así obligarte a rectificar”. Ejemplos a cientos. Uno grueso para empezar. A finales de los 90, dos programas de una cadena de televisión americana denunciaron las prácticas abusivas en las fábricas de “Nike” esparcidas por varios países del oriente asiático. Jornadas interminables, sueldos ridículos y condiciones laborales propias de sistemas esclavistas. La cadena llamaba al boicot contra la marca deportiva hasta que no rectificara las condiciones laborales de sus asalariados. Yo lo seguí. Disgustos me costó la cosa con mi hija adolescente. Pero lo tenía claro, yo había estado en una de esas fábricas en Vietnam, cerca de Saigón. Adolescentes, niñas casi, llegadas de los pueblos de alrededor, trabajaban, vivían, comían y dormían en dos metros cuadrados. Ganaban una miseria, aunque para ellas era mucho más de lo que pudieran aspirar. El simple hecho de ir al lavabo se convertía en un lujo y la protesta impensable. En Europa haríamos huelga, allí ni eso. Yo, como tantos y tantos miles de ciudadanos de países libres no podíamos hacer huelga por ellas, pero sí dejar de comprar esa marca u otras, porque allí había varias. Era un boicot en toda regla. Afortunadamente, la denuncia mediática y el boicot obligó a la dirección de Nike a cambiar muchas prácticas abusivas, incluso despidió a muchos de sus directivos en Asia. Hoy ni yo ni mi hija seguimos ya ese boicot.
Es curioso cómo tal práctica se vio entonces como una cosa muy progresista y justificada, como se ve boicotear a una empresa química por verter productos contaminantes o por no respetar las reglas sanitarias en sus productos. Hace años dejé de pisar un bar al que solía concurrir al descubrir que el gin tónic lo componían con ginebra de garrafón. ¡Anda que les zurzan! Mi dinero lo gasto allí donde me tratan bien, no donde me timan, me envenenan o me desprecian. ¿Por qué entonces es malo hacer boicot a tal producto, de tal empresario que tal o cual potencial consumidor considera gravoso para sus intereses? Pongamos otro ejemplo: “Omnium cultural” hace tres años comenzó una campaña de boicot a todos aquellos productos que no estuvieran etiquetados en catalán. Hasta hace unos días tenía una página web donde especificaba qué productos sí o cuáles no debían ser comprados. Nadie protestó. La entidad además está completamente subvencionada por dinero público a través de la Generalitat. Ha puesto el grito en el cielo cuando otros ciudadanos de Cataluña o del resto de España han hecho lo propio con productos catalanes. No hay que sorprenderse, los nacionalistas son así: “Las mismas acciones son buenas o malas en función de si les perjudica o les beneficia a ellos”. Ley general nacionalista que se han autootorgado, los angelitos. Pero en realidad tienen razón, al menos a nivel formal: Disciernen y boicotean, no generalizan. Es una forma pacífica como otra cualquiera para presionar en la dirección que les interesa o consideran justo. No en el segundo caso, que generalizan el boicot a todos los productos catalanes como si todos fueran culpables por igual. Es en este caso cuando el boicot deviene arbitrario y no instrumental, universaliza la culpabilidad como forma odiosa de racismo. Es como si por culpa de las acciones asesinas de ETA, castigásemos a todos los vascos. ¡Qué inmensa injusticia! Rosa Díaz, Nicolás Redondo, Gotzone Mora y un millón de vascos más, además de sufrir a ETA habrían de soportarnos al resto de los españoles.
Otra cosa muy distinta sería boicotear a una empresa que supiéramos fehacientemente que trabaja para ETA, colabora económicamente para imponer un “Estatut” totalitario o subvenciona a organizaciones que día sí y día también insultan al resto de españoles. En esos casos, el boicot es la huelga obrera, el arma del débil que obliga al fuerte a negociar su exceso. El boicot es la forma eficaz más civilizada que tenemos para obligar al canalla a revisar su abuso. Es evidente que el boicoteado nacionalista no estará de acuerdo con sus boicoteadores. Normal, tampoco lo estaban los patronos del XIX con los obreros reducidos a explotación. Como en el chiste del dentista: “¿Verdad, doctor que no nos haremos daño?” -le dice el paciente mientras le coge por los cojones-.
Yo no reconozco como legítimo el boicot que “Omnium Cultural” hace de todo producto que no esté etiquetado en catalán, pero para quien tal cuestión la cree inaplazable, el boicot es una forma de lucha legítima. Cuestión otra sería hacer comprender a esos “racistas culturales” supuestamente inconscientes que el rechazo en bloque de una étnia, color, sexo, etc. sólo indica indiferencia, odio o desprecio; o sea xenofobia y racismo. El mismo que el Conseller de Comerç, Turisme i Consum de la Generalitat, Joseph Huguet, comete al igualar el boicot a los productos catalanes con la persecución a los judíos, amparándose en alguna pintada llamando a no comprar productos catalanes en comercios de Madrid con la estrella de David (tal como fuera pintada frente a las tiendas de los judíos en la Alemania Nazi). Como piensa y odia en bloque, supone que todos los demás hacen lo mismo. Mal estaría, por supuesto, que alguien no comprara productos catalanes por ser catalanes, porque sería como despreciar a los negros porque uno violó a tu hermana. De eso el Sr. Huguet y tantos nacionalistas catalanes son maestros consumados: odian tanto lo español que han perdido la capacidad de darse cuenta que ofenden a diario a quien así se siente; y se ofenden tanto por cualquier crítica hacia ellos que creen que todos los españoles odian a todos los catalanes. Cosas de la “Ley General Nacionalista”.
Conclusión: “¡Nacionalista!: No te quejes del boicot que nunca has dejado de ejercer tú”; o para que me entiendas: “Tú tratar a los demás como tú querer que los demás tratar a ti. Ser posible que si obrar de esta manera nadie en España hacer boicot a ti ”.